martes, 3 de julio de 2007

Discutir la pornografía por Juan Soto Ramírez


En más de una ocasión he escuchado que la pornografía resulta ofensiva para muchos porque se argumenta que es una forma de violencia ejercida hacia las mujeres. Las feministas ortodoxas son especialistas en construir este tipo de discursos y convencer a más mujeres de que es así. Sin embargo la evolución y la historia fijaron las bases para entender que la revolución de ayer, fue marxista, contra la explotación de unos seres por otros; hoy ecologista, contra la explotación de la naturaleza por los seres humanos; mañana feminista, contra la explotación de cada ser humano por sí mismo (Ibáñez: 1986, 255), de acuerdo con el género. Desde el feminismo converso pasando por el feminismo perverso llegando hasta el feminismo predominante, no se ha podido desarrollar una discusión profunda en torno a la pornografía, porque las discusiones se han centrado en la coacción femenina representada en las imágenes sin reconocer que dicha coacción está en muchas partes más, la sociedad y las prácticas sociales, por ejemplo. El feminismo antipornografía ha acabado por desinteresarse de la represión sexual a que, no obstante, se ven sometidas las féminas. De hecho […] a veces parece considerar que el control de la utilización de la fuerza contra las mujeres en el terreno sexual, aun si su lucha se dirige sobre todo contra la pornografía, va inevitablemente ligado a la represión de la sexualidad. Desde esta perspectiva se propugna implícita, cuando no explícitamente, la necesidad de dicha represión con el fin de lograr la erradicación de la violencia y del abuso sexual de las féminas (Osborne: 1993, 183). El feminismo antipornografía requiere de la pornografía para reivindicarse como tal y ha entendido a la pornografía como una forma de reclusión al ámbito de la prostitución, sin darse cuenta que los mercados pornográficos para mujeres han crecido paulatinamente. Las revistas[1] hechas por feministas y enfocadas a la excitación sexual por medio de imágenes “estilo pornográfico”, que comenzaron a aparecer en 1984, fueron consideradas por muchas feministas como una conquista sexual de las mujeres en la búsqueda de su propio placer y del dominio del logos en este terreno (Idem. 181-182).

Después de todo, las cosas han ido cambiando con el paso del tiempo. Que la pornografía en numerosos países ya no sea un crimen y que la historia de la pornografía no se haya limitado exclusivamente a la historia de la censura (Arcan: 1991, 29), es un hecho. No obstante, la práctica del sexo oral está catalogada como sodomía y prohibida actualmente de forma explícita en 24 estados norteamericanos (Castells: 1997, 264). Sabemos que el empleo de la boca como órgano sexual, a principios del 1900 se consideraba o se sigue considerando como una perversión (Freud: 1905, 366). Y aquí hay un dato curioso, el contacto entre los labios o la lengua de una persona y los genitales de otra, estaba o sigue catalogado como una perversión. No así el contacto entre dos bocas y dos lenguas o algunas otras partes del cuerpo. El empleo sexual del orificio anal, que en un pasado lejano era muy común, también se ha visto como una suerte de desviación. La bisexualidad y la homosexualidad no han corrido con mejor suerte. El tocamiento, ese rito previo al acto sexual, al parecer en vías de extinción, estaba exento de ser considerado como una perversión, siempre y cuando el acto sexual continuase hasta su fin. Tanto el tocamiento como el beso, durante el acto sexual, fueron producto del coito frontal. Gracias al encuentro cara a cara en el momento del acto sexual se dieron importantes ventajas adaptativas que transformaron la socialización sexual. El contacto corporal se extendió y agregó un elemento más: la estimulación emocional de contemplar el rostro de la pareja durante el coito (Gubern: 2000, 166). Posteriormente, el beso se fue transformando, se fue adaptando a diversas situaciones hasta convertirse en una práctica social generalizada. Un beso es el que une y separa a los amigos, amantes y a los mismos enemigos. El beso inaugura relaciones entre las personas (como el primer beso que se dan dos enamorados que han dado inicio a una relación o como dos personas que no se han visto desde hace algún tiempo), pero también las clausura (tal como sucede cuando las personas se dan el beso de despedida o del adiós para siempre).

El beso es un rito de intimidad (Le Breton: 1998, 76). Marca la pauta para que las interacciones sociales se desarrollen. El beso puede ser una “marca de afecto”, un “rito de entrada y salida de una interacción” o una “forma de felicitación”. Va desde el contacto físico hasta el momento metonímico de la ternura o el amor. Dibuja la intimidad de las personas en público o la reafirma en privado. Cumple con funciones sociales específicas. Una de las cosas más importantes es que el beso es una breve posibilidad de acceso al cuerpo del otro (Idem. 84). Tanto el beso como el abrazo o el golpecito en el hombro forman parte de nuestra comunicación táctil (Eco: 1978, 38), esa que fue dando pauta para el desarrollo de los códigos del gusto. El beso incorporó un conjunto de elementos dramáticos a las relaciones sociales. Y más allá de los besos que nos permiten satisfacer ciertas normas sociales a través de los convencionalismos, está el beso que se da en el pene o en los labios vaginales. El que se da con la lengua en el clítoris hasta llegar al orgasmo o el que se da en el pene hasta la eyaculación. Pero también lo es el beso que se da en el culo, es un beso que se da a oscuras mientras los ojos están hundidos en la carne, se trata de un beso cegador. Además no pueden confundirse los dos orificios de arriba con los de abajo, el orificio que toma (la boca) y el orificio que da (el ano). Por eso el beso de atrás era juzgado degradante. Por eso el ano se convirtió en el gran fantasma de la iglesia (Hennig: 1996, 37). La exhibición del orgasmo masculino, por ejemplo, constituye la imprescindible autentificación de la acción (y de su placer), por lo que este es un momento culminante de los documentales fisiológicos (Gubern: 2000, 180). Es una constante en las imágenes denominadas pornográficas que la eyaculación se haga visible para el espectador y tenga que efectuarse fuera de sus orificios naturales por lo que se han creado una variada gama de soluciones para ello: eyaulación sobre el rostro, la boca o algunas partes del cuerpo en especial. El orgasmo femenino, sin embargo, puede ser fingido. La marcha bípeda no sólo marcó un momento decisivo en la evolución humana, también propició la aparición de los glúteos, el desarrollo del cerebro y el redondeo de la pelvis (Hennig: 1996, 17-18). Con ella, surgió un nuevo cuerpo y formas distintas de relación en el terreno sexual. Diversas partes del cuerpo como los senos, la vulva y los glúteos se convirtieron en centros de atracción para la mirada.

Con la incorporación de los adornos en los centros eróticos del cuerpo, diversas funciones fisiológicas (como el enrojecimiento de los glúteos que se da aún en ciertos grupos de mandriles), fueron modificándose e incluso desaparecieron. El juego de la seducción sin adornos, hoy en día, parece imposible. El adorno juega en el filo de dos opuestos, el egoísmo y el altruismo (Simmel: 1908, 387). Es máximo egoísmo porque destaca a su portador y al lugar que se ha destinado para él, pero también es máximo altruismo porque el agrado que produce es experimentado por los demás, no disfrutándolo el propietario sino como un reflejo. Los adornos ocultan algo a la vista desviando la atención sobre el objeto, pero a la vez resaltan lo que ocultan sin dejarlo ver de manera directa. Favorecen la imaginación y el erotismo, son el valor agregado de la sensualidad. La utilización de adornos corporales, desde los personales como el tatuaje hasta los más impersonales como las piedras y los metales, construyeron un nuevo derecho: el de cautivar y agradar. Los adornos incorporaron una dosis de artificialidad en el sujeto, ampliando la importancia del sujeto desembocando en la estilización de la individualidad. A partir de ellos se construyó un universo simbólico que posteriormente se transformó en industria. En el adorno se reúnen la acentuación sociológica y estética de la personalidad el “ser para sí” y el “ser para otros” resultan causas y efectos alternativamente (Idem. 391). El erotismo y la seducción, tal como los conocemos, están endeudados, históricamente, con el adorno. El caso del ombligo es particular. Además de centro cósmico, geográfico, arquitectónico y psíquico, tiene múltiples implicaciones sexuales (Tibón: 1979). Implicaciones que no tenía hasta el desarrollo de las cosmogonías. Sin embargo, otras partes del cuerpo han sido más desgraciadas y menos preciadas. El caso de las axilas es claro: deben rasurarse por si acaso se muestran, a diferencia del pubis que se muestra menos, pero puede permanecer intacto, natural, con todo y su vellosidad. La geografía corporal y la connotación sexual de las partes del cuerpo están relacionadas con las cosmogonías. Exhibir ciertas partes del cuerpo puede resultar escandaloso para algunos grupos humanos mientras otros pueden exhibir esas mismas partes del cuerpo sin el menor recato. Baste a cualquiera mirar algún documental sobre algunas tribus africanas para darse cuenta de ello. La pornografía es un argumento. Porque es pornográfico lo que la sociedad declara como tal (Arcan: 1991, 28), y también aquello que la mirada de cada individuo declara como tal. La pornografía ha evolucionado tanto, que ahora es posible encontrar fotografías de pies (desnudos, atados, con zapatos, botas, etc.), en revistas y sitios de internet. Así que un par de pies, sin cuerpo, puede resultar pornográfico para algunos.

Con el paso del tiempo, las imágenes pornográficas cambiaron. Lo que antes se consideraba como tal puede no serlo hoy en día. Sabemos que el mundo de la moda permitió que la ropa, nuestra segunda piel, se fuera pegando más al cuerpo. Permitiendo exaltar ciertas formas del cuerpo que escapaban a la vista. La moda se mostró cada vez más complaciente con las miradas deseosas por destapar su morbo. Y muchas prendas de vestir se fueron encogiendo. Desde la ropa interior hasta la exterior. Estar a la moda en París, a final del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX, se vinculaba a las líneas de corsetería, lencería, encajes, velos, plumas, mantillas y guantes. Y a estos artículos (junto con los botones de fantasía, artículo que protagoniza toda su historia) fue a los que se dedicó de modo especial La Nueva Parisien[2] durante sus primeros años de vida. Debemos recordar que durante la alta Edad Media, época que transcurrió entre los siglos XI y XII, el modelo de belleza del momento consideraba celestial el cuerpo de una mujer si su pecho no aparecía a los ojos de los demás muy voluminoso y si sus caderas eran amplias. Para cumplir con estos requisitos, la ropa interior confeccionada buscaba reflejar fielmente los cánones impuestos por la “moda” de la época. La idea era intentar disimular al máximo posible, unos grandes senos. Para ello nada mejor que cubrir el busto con un corsé[3]. Mientras la “moda” de fines del siglo XIX vestía a las mujeres, Touluse-Lautrec las desvestía y Degas, por su parte, hacía lo suyo (Hennig: 1996, 53). En cuanto al vestido, podemos decir que uno de sus objetivos básicos ha sido diferenciar a los hombres de las mujeres: la diferenciación sexual en el vestido comienza en el momento del nacimiento con la asignación de canastillas, juguetes, ropa de cama y muebles de color rosa pálido para las niñas y de color azul pálido para los niños. La ropa hecha específicamente para niño suele ser de colores más oscuros y suele ir estampada con motivos relacionados con los deportes, el transporte y los animales salvajes. La ropa de niña es de colores más pálidos y va decorada con flores y animales domésticos (Lurie: 1992, 237-238). Y así como el vestido permite diferenciar a los hombres de las mujeres, también permite diferenciar a niños, jóvenes, adultos y viejos. Solemos ir vestidos de acuerdo con nuestra edad (Idem. Op. Cit. 70-71), y si no lo hacemos podríamos ser objetos de severas críticas por parte de las personas que nos rodean. A principios del siglo XX, por ejemplo, se produjeron cambios interesantes en la indumentaria femenina ya que el corsé se relajó gradualmente y se dio una subida de falda que dejó ver el suelo alrededor de 1905 y hacia 1912 estaba por encima del tobillo (Idem. Op. Cit. 248-249). Paulatinamente la moda permitió que se mostrara más cuerpo y que se exaltaran algunas formas del mismo de manera deliberada. Las abuelas no suelen vestirse de minifalda, pero las mujeres jóvenes o adultas sí. Lo que quiere decir que la forma de vestir no sólo está asociada a la edad sino también a la forma de mostrar el cuerpo (las piernas, los senos y la espalda, por ejemplo). La moda ha promovido una suerte de actitud desnudista como ya lo habíamos mencionado. Esa actitud de mostrar ciertas partes del cuerpo que con anterioridad no solían mostrarse. La moda ha favorecido que la seducción se convierta en un vehículo de comunicación.

Sabemos que Adán y Eva se dieron cuenta de su desnudez hasta después de haber comido del fruto prohibido (Bateson y Bateson: 1987, 107), después de haber probado las delicias de la carne. Después de que Eva fue engañada por el diablo en forma de serpiente. La seducción implica la mecánica de la ilusión, el engañoso respeto con que la inocencia considera la experiencia y la engañosa envidia con la que la experiencia considera la inocencia (Idem. 169), de tal forma que no podamos estar libres de estas ilusiones. La seducción echa mano de la ficción para concretarse. En la seducción, ese acto irrepetible históricamente, los participantes deben creer que todo lo que hay ahí es real aunque lo único que encuentren sea sólo la irrealidad de sus más dulces y oscuros sueños. De alguna manera, la sexualidad está esquematizada. Los expertos en sexualidad lo saben bien. Ha sido la industria comercializadora del látex la que, de manera simpática, se ha encargado de esta tarea. Aprender a ponerse un preservativo y aprender a conducir un automóvil tienen mucha semejanza. Hay mucha explicación de por medio, pero lo mejor viene después. Debemos recordar que en algún tiempo la utilización de preservativos era casi exclusiva de las clases más poderosas pues los preservativos hechos de tripas de cordero o de oveja eran demasiado caros. En algún tiempo, los preservativos se utilizaron con la finalidad de prevenir el embarazo y no las enfermedades de transmisión sexual. En el siglo XVII, se comenzaron a utilizar, pero no fue sino hasta el siglo XVIII que su uso se popularizó.

Gracias a la tecnología sexual, desde las píldoras anticonceptivas hasta la creación del viagra (Yehya: 2001, 63-68), en el terreno del consumismo sexual se ha planteado una nueva frontera del erotismo desprovista de responsabilidades, temores y compromisos y se han incrementado las potencialidades del disfrute y del placer. La sexualidad camina de la mano con un mundo artificial que garantiza el goce más no la calidad de las relaciones entre los participantes. Gracias a la tecnología sexual, la sexualidad se ha esquematizado de manera más notoria: tanto el viagra como las pastillas de emergencia deben tomarse de acuerdo con una serie de fórmulas y procedimientos para que funcionen y así como han liberado a la sexualidad del yugo de la procreación, la han sometido a la tiranía de la temporalidad química. En materia de representación de la desnudez, la sexualidad también se ha esquematizado en el sentido de que “lo provocativo” se presenta de maneras muy particulares, resaltando ciertas partes del cuerpo como los senos, los glúteos o las nalgas, o simulando la adopción de ciertas posturas corporales. Sin embargo, dichas formas de representación de la desnudez cambian según la época. Al principio de los años 50, era posible comprar discretamente a ciertos viajantes de comercio que las llevaban en el baúl del auto, fotos en blanco y negro bastante granuladas de mujeres que hoy parecerían un poco regordetas y que descubrían un seno o dos adoptando lo que se llamaba entonces “poses sugestivas”, es decir que se erguían para hacer resurgir colas y senos, mientras mantenían los ojos entrecerrados y ubicando la punta del índice en la esquina de una boca entreabierta (Arcan: 1991, 35).

Para los “científicos sociales” los materiales pornográficos han sido no algo más que digno de desdén. El cine pornográfico, es uno de tantos. El cine porno es, más que un género narrativo, un género propiamente descriptivo, en el que los aderezos narrativos son secundarios o irrelevantes. Y es un género descriptivo porque el cine porno es, ante todo y sobre todo, un documental fisiológico y atrae precisamente a su clientela por esta condición. El cine porno es, en efecto, un documental sobre la erección, la felación, el cuninlingus, el coito vaginal, el coito anal y el orgasmo (Gubern: 2000, 180). No debe olvidarse, por ejemplo, que todo etnógrafo debe aprender a conocer la censura de la sociedad que estudia, simplemente porque ella es indisociable de una declaración de principios sobre el buen orden del mundo, el estado ideal de las relaciones sociales y el sentido de la vida. La censura es la elección consciente inevitable entre una división entre el bien y el mal al que la sociedad no puede sustraerse (Arcan: 1991, 56). Ante la incapacidad de reconocer los materiales pornográficos como documentales fisiológicos o datos dignos para la reflexión y el debate, los debates científicos en torno a la pornografía se han centrado en otros aspectos que se consideran importantes o dignos de analizar. A los científicos sociales les hace falta hurgar en los oscuros recovecos de la vida cotidiana donde se esconden la pornografía, el erotismo y el arte. Las disciplinas sociales, frente a las nuevas formas de relación erótico – afectiva, han sabido conservar sus buenos modales. Por muchos años, se ha despreciado la riqueza visual de datos producidos en el ámbito de la pornografía. Una y otra vez, las ciencias sociales se ocupan de temas pulcros. Eliminar los yugos del pudor, la moral y el gusto dominante para discutir la pornografía es necesario para ampliar los espacios y horizontes de reflexión y producción que se han creado.


1. Arcan, B (1991): El jaguar y el oso hormiguero. Antropología de la pornografía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1993.

2. Bateson, G y Bateson M., C (1987): El temor de los ángeles, Barcelona, Gedisa, 1989.

3. Castells, M (1997): La era de la información: El poder de la identidad, vol.II, México, Siglo XXI, 1999.

4. Eco, U (1978): Tratado de semiótica general, México, Nueva Imagen.

5. Freud, S (1905): Tres ensayos para una teoría sexual, Freud, A (comp.), Los textos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Alianza, 1988, 343-468.

6. Gubern, R (2000): El eros electrónico, Madrid, Taurus.

7. Hennig, J. L. (1996): Breve historia del culo, Barcelona, R&B Solección Sexto Sentido.

8. Ibáñez, J (1986): El deseo de ser mujer, Por una sociología de la vida cotidiana, Madrid, Siglo XXI, 1994, 255-257.

9. Le Breton, D (1998): Las pasiones ordinarias: antropología de las emociones, Buenos Aires, Nueva Visión, 1999.

10. Lurie, A (1992): El lenguaje de la moda, Barcelona, Paidós, 1994.

11. Osborne, R (1993): La construcción sexual de la realidad, Madrid, Ediciones Cátedra.

12. Tibón, G (1979): El ombligo como centro erótico, México, Fondo de Cultura Económica.

13. Yehya, N (2001): El cuerpo transformado, México, Paidós – Amateurs.

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[1] Se pueden destacar revistas como Eidos, Outrageous Women, On Our Backs y Bad Attitude, entre otras. Pero cabe mencionar que la producción de materiales pornográficos para mujeres no ha crecido de la misma forma en todos los países.

[2] La Marca La Nueva Parisien fue creada el 1° de mayo de 1897. Se abrieron dos establecimientos en la capital de España. La elección del nombre, responde a una tradición madrileña de vincular lo último en moda, con la capital de Francia. La Nueva Parisien cumplió su centenario en 1997.

[3] El corsé se almidonaba para darle una consistencia rígida. Estas prendas eran de lana o de lino y no solían colorearse ni bordarse, tampoco se colocaba nunca en contacto directo con la piel. Se ponía encima de una camisa que cubría previamente algunas zonas del cuerpo de la mujer. Para acentuar la forma de las caderas, se utilizaba una falda preferentemente. Solía llevar un gran aro metálico alrededor que le daba una forma cónica y marcaba considerablemente esta zona.

Juan Soto Ramírez
. Es profesor Titular C de Tiempo Completo de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, en la licenciatura en Psicología Social y miembro del Área de Estudios Rurales y Urbanos. También imparte cursos de Metodología de la Investigación en la Maestría en Antropología Social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Cursa el Doctorado en Antropología Social en Dicha Escuela. Tiene estudios de Licenciatura – Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa – y Maestría – Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México – en Psicología Social. En el 2006 publicó un libro titulado Psicología Social y Complejidad, editado por la UAM-I y Plaza y Valdés. Tiene publicaciones en libros, revistas y diarios del país y del extranjero.

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