martes, 10 de marzo de 2015

Camilo Fernández Cozman El poema argumentativo de Washington Delgado, por Paul Guillen

Camilo Fernández Cozman
El poema argumentativo de Washington Delgado
Lima: Ornitorrinco Editores, 2013.

Camilo Fernández Cozman, en este nuevo libro de análisis poético, continúa con su tarea de reflexionar sobre la poesía peruana contemporánea (sus anteriores libros los dedicó a Emilio Adolfo Westphalen, Jorge Eduardo Eielson, Rodolfo Hinostroza, José Watanabe, Blanca Varela, César Moro). Esta vez le toca el turno a Washington Delgado, poeta de los años 50. En el prólogo del libro se nos anuncia que el análisis será multidisciplinario y que se ordenará a partir de algunas herramientas provenientes de la neorretórica y la pragmática literaria. (Aquí habría que apuntar que hace unos meses Fernández Cozman ha publicado un volumen dedicado a César Vallejo, libro por el cual ganó el Premio Nacional de Ensayo Vallejo Siempre 2014).

En el primer capítulo del libro sobre Delgado tenemos que se divide el abordaje de esta poesía en tres periodos: 1) Periodo de los enfoques iniciales, donde se incide en la influencia notoria de Pedro Salinas y Pablo Neruda en el libro Formas de la ausencia; 2) Período del predominio de la crítica estilística tradicional o de los enfoques históricos, que abarca desde los años 60 hasta finales del siglo XX, aquí es de resaltar la tesis (1968) que dedica Javier Sologuren al análisis de sus contemporáneos Belli, Delgado y Salazar Bondy desde una óptica deudora de la estilística[1], al igual que lo expresado por Julio Ortega en su libro Figuración de la persona (1971). Es una etapa de descripción de los contenidos de la lírica de Delgado y 3) Periodo de nuevos enfoques, desde el 2001 hasta la actualidad, y que incide en una perspectiva semiótica (Santiago López Maguiña), guiada por los aportes de Jacques Fontanille y una perspectiva neorretórica (Fernández Cozman), que se basa en las ideas de Stefano Arduini y “que intenta aproximarse a las redes figurativas y a los componentes semánticos de la poesía delgadiana a través de un enfoque intertextual o hermenéutico o semiótico” (36).

En el segundo capítulo del libro, el crítico declara que trazará los temas del contexto social (la dictadura de Odría) y las tendencias de la poesía de los años 50. El crítico detecta algunos motivos como la migración del campo a la ciudad, el autoritarismo, el proceso de urbanización y la modernización de la ciudad (desarrollismo), postrauma segunda guerra mundial, lecturas del existencialismo francés, en el terreno cultural Pablo Neruda publica su Canto general en 1950 y existe una lectura detenida de Vallejo y la generación del 27, frente al legado del simbolismo, encarnado en Rilke. Su perspectiva del contexto social es que en ese momento hay un afianzamiento del periodo oligárquico frente a la crisis de las migraciones, lo cual lo lleva a plantear que existe una tematización en la poesía de Delgado acerca de la identidad nacional, la historia, el escepticismo, el utopismo, el gregarismo, la solidaridad (en suma, muchos temas tan caros a la poética vallejiana).

Por su parte, su enfoque de las tendencias poéticas trata de ser completo e incluye a los marginales de los años 50, en una reseña sobre su anterior libro sobre Blanca Varela apuntábamos esto respecto a la taxonomía empleada acerca de los poetas del 50:

“Las tendencias de la poesía de esos años serían: 1) Instrumentalización política del discurso (Alejandro Romualdo, Gustavo Valcárcel y el grupo Poetas del Pueblo); 2) Neovanguardia nutrida del legado simbolista (Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Yolanda Westphalen, Javier Sologuren y Francisco Bendezú); 3) Vuelta al orden, pero con ribetes vanguardistas (Carlos Germán Belli); 4) Lírica de la oralidad, nutrida del legado peninsular (Washington Delgado y Juan Gonzalo Rose) y 5) Polifonía discursiva (Pablo Guevara). Llama la atención que el crítico privilegie una imagen canónica del 50, según esta clasificación, ¿dónde quedarían las otras tendencias del 50?, como por ejemplo, el legado surrealista (Fernando Quíspez Asín Roca, Augusto Lunel, Julia Ferrer), la poesía reflexiva o transcendentalista (Raúl Deustua, Edgar Guzmán), la poesía con influencia de la poesía quechua o andina (Efraín Miranda) o los casos particulares de Raúl Brozovich, José Ruiz Rosas o Américo Ferrari”.

Como hemos dicho, Fernández Cozman subsana este error y amplía su visión sobre los poetas del 50 incluyendo todas estas vertientes marginales. El crítico cierra este acápite reconociendo que un poeta como Romualdo puede participar de varias de las tendencias expuestas, algo similar podemos decir de un poeta como Rose con sus Comarcas, de Sologuren con Recinto o de Eielson con Habitación en Roma.

El tercer capítulo aborda la estrategia argumentativa en el poemario Para vivir mañana y divide la poesía de Delgado en tres periodos: 1) poesía de índole contemplativa frente a la amada (influencia de Pedro Salinas) y está constituido por su primer poemario: Formas de la ausencia (1951-1956); 2) poesía de conciencia crítica y abarca El extranjero (1952-1956), Días del corazón (1955-1958) y Canción española (1956-1960). El magisterio que sigue Delgado en estas series de poemas es Bertolt Brecht y en Canción española se nutre del legado de la tradición española medieval (cantigas y coplas); y 3) poesía escéptica respecto de la realización de la utopía y comprende Para vivir mañana (1958-1961), Parque (1964-1967), Destierro por vida (1951-1970), Historia de Artidoro (1994) y Cuán impunemente se está uno muerto (2003). Se atempera la influencia de Brecht y el poeta llega a la conclusión de que la muerte triunfa sobre las utopías. En estos tres periodos de la poesía de Delgado se puede colegir que es un poeta seguidor y no un poeta creador, es decir, Delgado no crea una forma particular de poetizar como puede ser el caso de sus contemporáneos Carlos Germán Belli o Pablo Guevara, poetas que se sirven de la tradición, pero que la asimilan creativa y radicalmente.

Paso seguido, Fernández Cozman hará explicito su método de análisis argumentativo. 1) Nos dice que para Aristóteles las partes del texto argumentativo son cuatro: exordio, narración, argumentación y epílogo. Estas partes, muchas veces, se manifiestan en los poemas de Delgado; 2) El siguiente procedimiento será el análisis de las figuras retóricas, teniendo en cuenta que “es fundamental preguntarse acerca de cómo las metáforas comprometen profundos procesos mentales en el ser humano” (91); 3) Luego, el crítico incidirá en el análisis de los interlocutores, es decir, se prestará más atención a una correlación pragmática. En ese sentido, el énfasis se pone en el análisis argumentativo, guiado por los aportes de Perelman y Olbrechts-Tyteca (este procedimiento es nuevo en el método empleado por Fernández Cozman); y 4) El crítico evidenciará la cosmovisión del poeta. Cómo se expresa la ideología en el texto literario.

En las instancias 1, 2 y 3 no dudamos de la pericia interpretativa de Fernández Cozman, incluso a lo ya expresado suma el análisis de los macroactos y microactos de habla, siguiendo a Van Dijk. El problema viene en la instancia 4: ¿cómo estas instancias anteriores van a confluir en el análisis de la cosmovisión o ideología del poeta? Creo que el problema no se da en la interpretación, sino en el objeto de estudio, es decir, es provechosa, aleccionadora y rigurosa la manera cómo el crítico pone de relieve estrategias argumentativas en ciertos poemas, pero es decepcionante saber que la cosmovisión de Delgado es conservadora, políticamente “correcta” y hasta aburrida. Me explico mejor: Delgado ya lo he dicho antes es un poeta seguidor, como poeta seguidor no puede desprenderse de un lenguaje prestado que por ende también presta su ideología o cosmovisión. Sigo aquí la clasificación de Ezra Pound en el ABC de la lectura: Delgado no es un inventor y no es un maestro, pero sí puede estar considerado entre:    

Los disolventes. Hombres que aparecieron después que las dos clases de escritor referidas [inventor y maestro] y que no pudieron escribir igual de bien que ellos.

Los buenos escritores sin cualidades sobresalientes. Hombres que han tenido la suficiente fortuna de nacer cuando la literatura de un determinado país goza de buena salud, o cuando una determinada rama de la literatura se encuentra en una situación particularmente «saludable». Por ejemplo, los hombres que escribieron sonetos en la época de Dante, breves poemas líricos en la época de Shakespeare o durante las décadas posteriores, o novelas y cuentos en Francia después de que Flaubert les enseñara cómo hacerlo.

Los literatos. Es decir, los hombres que en realidad no inventaron nada, aunque sí se especializaron en una determinada rama de la literatura, si bien no pueden ser considerados como «grandes escritores» ni como autores que trataron de aportar una exposición completa de la vida o de sus épocas” (46).

El lenguaje y la ideología de Delgado no son originales, sino que están prestados de Brecht, Vallejo y Neruda. ¿Cuál es el aporte de Delgado a la poesía peruana?:

“[sus] fuentes principales son la poesía de Bertolt Brecht, el paradigma estético de Vallejo (sobre todo, Poemas humanos) y la poesía de tono épico de Neruda (en particular, el Canto general). Se trata de una poesía de compromiso político que no descuida el aspecto formal del poema, sino que emplea, con acierto, la ironía para cuestionar las estructuras del poder hegemónico” (105).

Delgado no crea un universo propio como sí lo hace Vallejo o Neruda. Solo explicita aportes y cosmovisiones prestadas de otros poetas. Si un poeta trabaja con el lenguaje de otros poetas debe de ser fiel a su tiempo para asimilar de una manera radical esas tradiciones y discontinuidades, de lo contrario, solo será un copista y un repetidor que presta su tiempo a una emoción ajena. Si bien se dice que Delgado es cuidadoso con las palabras que emplea, creo que este aserto le resta afán expansivo y experimental y lo instala como un poeta correcto, pero no un maestro o inventor. No niego la valía de los poemas de Delgado, sino que apunto sus alcances y limitaciones.

Con todo lo expresado, en la primera parte de este comentario, creo que el libro de Camilo Fernández Cozman consolida las dotes de uno de los mejores críticos de poesía peruana de la actualidad, y aporta nuevos alcances a su método de estudio provenientes de la retórica argumentativa y la pragmática literaria.


[1] Fernández Cozman aprovecha este hecho para hacer un resumen de las tendencias críticas que se dan a principios de los años 70, menciona a Antonio Cornejo Polar que se vale del análisis interdisciplinario, guiado por el estructuralismo genético de Lucien Goldmann; a Enrique Ballón Aguirre que se mueve dentro de una base semiótica y estructuralista; a Américo Ferrari que propone un enfoque filosófico de la obra literaria, pero deudor de la estilística comparativa; y a Alberto Escobar que desarrolla sus análisis sobre la base de la fenomenología.

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